viernes, 7 de diciembre de 2012

Oscar Niemeyer, el soñador de curvas, el arquitecto inmortal. Parte 1: de 1907 a 1940.

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El mundo de la arquitectura llora al último de una generación inigualable. Un ejemplo de pasión por su trabajo y por la vida. Lleno de lucidez, todo lo que hacía y decía estaba fundamentado en una gran convicción frente a sus ideales, apoyado por la experiencia de los años. Un hombre sencillo, honesto, al que hoy quiero homenajear repitiendo sus propias palabras, las del maestro Oscar Niemeyer.

Debido a la extensión de su legado, dividiré la publicación en varios artículos que completarán los 104 años de su fructífera vida. Este primero abarca desde su nacimiento en 1907, hasta 1940. 

Oscar Niemeyer (1907-2012)


"Me gustaba dibujar. Recuerdo que cuando era un niño empezaba a dibujar con el dedo en el aire y mi madre me preguntaba:- ¿Que estás haciendo?. "Estoy dibujando". Así que fue el dibujo el que me llevó a la Arquitectura". 


Dibujos de Oscar Niemeyer


"Estábamos en 1928, año en el que me casé con Annita Baldo. Una chica bonita, modesta, hija de inmigrantes italianos de Padua, cerca de Venecia. En esa época todavía no había tomado el camino correcto. Al contrario, llevaba una vida bohemia y despreocupada donde todo me parecía bien. Pero después del matrimonio empecé a comprender la responsabilidad asumida y me puse a trabajar en la imprenta de mi padre; entrando después en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Recuerdo esos primeros tiempos. Annita me ayudaba con los dibujos de la escuela y yo dividí mi vida entre la arquitectura y la imprenta". 


Oscar Niemeyer y Annita Baldo, con su hija Anna María.

"Me resistí a entrar en una firma constructora. Ese trabajo paralelo que llevan los estudiantes para conocer mejor la profesión, alentados por el salario que les abre otras posibilidades. Me resistí, no quería, como la mayoría de mis colegas, adaptarme a esa arquitectura comercial que vemos por ahí. A pesar de mis dificultades financieras preferí trabajar, gratuitamente, en el estudio de Lúcio Costa y Carlos Leao, donde esperaba encontrar respuestas a mis dudas de estudiante de arquitectura. Era un favor que ellos me hacían. Mi decisión evidenciaba que no era un espíritu vacío que buscaba la inmediatez. Al contrario, tenía como objetivo ser un buen arquitecto".

"Mis queridos amigos me enseñaron a respetar nuestro pasado colonial, a sentir la belleza de esas viejas construcciones portuguesas, sobrias, frías, con sus gruesas paredes de piedra o tierra apisonada. De arquitectura sólo me dieron buenos ejemplos. Honestos, irreprochablemente sinceros, como todos debíamos ser. Recuerdo a Leao dibujar sus bellas mujeres, hablándonos del mundo de las artes, riendo desinhibido como un buen amigo. Lúcio era más distante, prudente y cortés como siempre".

Oscar Niemeyer, en el estudio de Lúcio Costa y Carlos Leao, sobre el año 1935.

"Traté mucho con Le Corbusier, pero el primer contacto que tuvimos fue en 1936 en Rio de Janeiro, cuando presionado por Lúcio, Gustavo Capanema, ex ministro de educación, decidió convocar una serie de conferencias. (...) Por aquella época andábamos caminando por la periferia de su arquitectura. Habíamos leído su obra como sagrado catecismo. Pero aún no estábamos, como hicimos después, integrados en sus secretos y minucias". 

"Para nosotros Lúcio fue el líder absoluto en quien se podía confiar. Recuerdo algunos pasajes que marcan su carácter, su grandeza moral, el aprecio que sentía por sus compañeros. Un día organizaron un concurso para el Pabellón de Brasil de la feria de Nueva York. Cuando se enteró de que él había quedado primero y yo segundo (...) habló con el ministro Joao Carlos Vital, consiguiendo que viajáramos a los EEUU y trabajáramos juntos en el proyecto final. Este, por cierto, es el único proyecto que recuerdo con vergüenza, convencido de que debería haberme limitado a ayudar al desarrollo de su proyecto sin tratar de influir en la solución. Me consuela saber que prevaleció su idea inicial (...). Yo era joven, y la arquitectura, para mí, una atracción incontrolable".


Oscar Niemeyer, Lúcio Costa y familia en Nueva York (1938)

"Un día, Juscelino Kubistchek, alcalde de Belo Horizonte me dijo -: "Quiero crear un entorno de ocio en Pampulha. Un barrio hermoso como ningún otro en el país. Con casino, club, iglesia y restaurante. Y necesito el proyecto para mañana". Yo acepté, elaborando por la noche lo que me pedía, en mi cuarto del Grand Hotel. El proyecto me interesaba vivamente, era la oportunidad de contestar a la monotonía que cerraba a la arquitectura contemporánea, a la ola del funcionalismo mal comprendido que limitaba, a los dogmas de "forma y función" que surgían contrariando la libertad plástica que el hormigón armado permitía".

"La curva me atraía. La curva libre y sensual que con una técnica nueva me sugerían a las viejas iglesias barrocas. (...) La curva puede ser bella, elegante y lógica, si está bien estructurada y construida".


Dibujos del proyecto de Belo Horizonte (1940). Oscar Niemeyer

Iglesia de Belo Horizonte.
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